jueves, 12 de febrero de 2015

Hoy me he encontrado con esta iniciativa en TicBeat. Aún no me he encontrado ninguno por mi ciudad, pero me ha parecido interesante compartirlo con vosotros para que estés atento, nunca sabes lo que podrás encontrar.


Las calles de Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia y Palma de Mallorca esconden más de 9.000 gigas de almacenamiento, a los que puede accederse a través de las clavijas USB que sobresalen de algunos de sus muros, con las que algunos se han topado, no sin sorpresa. No son las únicas: forman parte de un disco duro que se extiende por todo el mundo.

Estos conectores, que brotan de las paredes de calles y edificios y conectan con discos duros extraíbles, escondidos en el cemento, a los que cualquiera puede conectar su ordenador portátil, forman parte de un proyecto ideado por el artista alemán Aram Bartholl, bautizado como ‘Dead Drops’.

Ese término inglés tiene su origen en un método de espionaje mediante el cualdos personas pueden intercambiar algún tipo de mensaje o material sin necesidad de contactar presencialmente. Solo tienen que depositarlo en una ubicación secreta, conocida por ambos, y esperar a que su relevo lo recoja de allí.

Así, el proyecto de Bartholl es una red anónima y desconectada de Internet mediante la cual el artista propone una nueva forma de compartir peer to peer lo que sus participantes deseen. Incluso virus, si a alguno se le antoja. En el momento de ser emparedados, estos USB solo contienen un archivo .txt con el manifiesto de la obra, disponible en diez idiomas.

Cualquiera puede conectar su equipo a uno de estos dead drops y compartir el archivo que desee a través de ellos, así como abrir su contenido. Cualquiera puede, también, instalar un dead drop en su ciudad si así lo desea, siguiendo las instrucciones que Bartholl ha dejado para ello en la página web de su proyecto.

Él sugiere quitar la carcasa de plástico del disco duro extraíble, envolverlo en cinta de teflón y acoplarlo, mediante cemento de secado rápido, en alguna grieta o rincón de una calle de su ciudad a la que pueda conectarse un portátil con facilidad. Después, pide a sus seguidores que le hagan tres fotos y las compartan con el mundo a través de su web.

Ahora que la nube se antoja como un lugar invisible e inmenso a la vez en el que se está escribiendo una suerte de memoria histórica planetaria, cuya capacidad de almacenamiento, implicaciones y riesgos desbordan muchas veces a empresas y usuarios, Bartholl propone construir una historia paralela, desconectada de la red, con la esperanza, quizá, de que quede emparedada en los muros de las ciudades donde se esconden los dead drops.

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